Imagen de las cámaras de seguridad, donde encuentran mi vehículo en la búsqueda del delincuente a través del sistema de seguridad de Medellín |
No puedo empezar de otra manera que decir que tengo
una putería ni la hp. Y me excuso con quienes me leen, que además saben que no
suelo decir groserías, pero no sé cómo más expresar lo que siento, y no es solo
por lo que me han robado, tengo rabia de ver lo que pasa en esta sociedad, y
que no reaccionamos para entender que solo si todos aportamos y asumimos las
responsabilidades propias, podremos cambiar y mejorar muchas cosas.
Por más que queramos ser optimistas, es imposible
esconder que en mi bella ciudad se vienen incrementando diferentes
problemáticas de seguridad. Y no son rumores, la semana pasada atracaron a mi
hijo y a su novia, hoy un fletero me abordó y cuando llego a Tigo para bloquear
el celular y pedir otra sim, las dos personas delante de mí, llegaban por la
misma razón. No puede ser más grande el ego que una realidad para negar lo que
pasa. Reconocer no nos hace menos, nos hace valientes, sobre todo si asumimos
estas realidades.
A eso de las 5:15 de la tarde, me subí al carro
después de tanquear, y dos cuadras más adelante, en un trancón absurdo, me tocan la ventana con un revolver.
Asombrosamente no me asusté, pero si me
dio rabia. De hecho mi reacción fue preguntarle “¿Es en serio? Mientras corría
el celular en la silla del copiloto. Ni abrí de una la ventana, ni corrí a
entregarle el cel.
Son segundo, pero alcancé a mirar a mi alrededor,
para ver si podía arrancar mi vehículo, pero incluso no sé cómo logró pararse
la moto a mi lado, pues en la vía habían autos parqueados al lado y lado, lo
que limitaba el espacio de quienes pretendíamos ir en movimiento.
Mientras hacía tiempo repitiendo la pregunta: ¿es
en serio?, este joven de unos 19 años, piel morena, muy delgado con una
camiseta café. No era muy alto porque solo apoyaba una de sus piernas el piso, con
cabello medio abundante negro, de un crespo suelto y rasgos muy definidos en su
rostro, que salió a hacer su “vuelta” sin casco, por lo que deduzco que no vive
muy lejos o sabe muy bien como evadir las cámaras; actuaba muy mecanizado y
algo nervioso. De hecho sus movimientos iban a otro ritmo de sus palabras. Tocó
la ventana con el revólver y de una lo guardó entre su pantalón, bajo el ombligo.
Cuando aún no terminaba de pedirme que le entregara lo que tenía.
Mientras tanto yo le preguntaba una tercera vez: ¿es
en serio? Amagó con arrancar, cuando se dio cuenta que no le había entregado
nada, pero ya mis manos abrían la ventana para entregarle el celular cuando me
dijo: “Entrégueme pues lo que tiene o se la hago sonar”, me dijo, sin
soltar sus manos del acelerador como
cuando se va a dar inicio al movimiento de la moto. No se cómo mi mente fue tan
racional que alcanzó a analizar sus movimientos y el entorno, incluso para
adelantar analizar que debía hacer una vez él se fuera.
Como no tenía forma de escapar, ni de tumbarlo con
el carro, porque también lo pensé, reconozco, le entregué lo que tenía en mis manos, el
celular y un monedero, en ese momento mi mente ya pensaba que debía mirar la
placa cuando se moviera y llamar de una al 123.
Placa de letras confusas terminada en 98B, a mi derecha una nomenclatura
que indicaba que acababa de cruzar la carrera 53, y que yo iba sobre la calle
58. Revisaba su camiseta y su rostro pensando en que se iba y de una llamaba al
123 y la red de apoyo. Un obstáculo no me dejo ver la placa completa y tampoco
vi cámara en el sitio, pero se había hecho la tarea.
Pero hombre, muy bien la panorámica de observación,
pero como iba a llamar si el celular me
lo habían robado. Apenas se fue se me acercaron a mirarme los de otras motos,
como averiguando el chisme. Pedí una llamada al 123, pero me la negaron. 2º minutos
después logré informar el hecho que me había dejado llena de rabia.
No sé si es por ser mujer y tener la capacidad de
tener no sé cuántos pensamientos por minuto, pero yo miraba ese niño y me moría
de la rabia e impotencia por no poder aportar más para transformar esta
sociedad, donde nada de lo que “yo hago” es malo, solo cuando lo hace el otro.
Es muy complejo sentirse inseguro en su propio
entorno. Por eso uno de los valores que hay que trabajar para lograr
transformar una cultura que le rinde culto a la violencia, que reconoce actos
ilícitos como cotidianos, y donde se nos hace normal pagar una extorsión para “el
cuidado del barrio”, es la confianza; confianza para caminar, confianza en
nosotros mismos, confianza para reconocer y respetar al otro.
Y la confianza se logra entendiendo el día a día de
nuestras familias y vecinos, así sean de barrios distintos. La inseguridad de
Medellín no desaparece de un día para otro, ni con un helicóptero ni con más
policía. Una ciudad segura no la logra ningún alcalde en específico. Es algo de lo que me convenzo cada día más. SI
queremos una transformación real debemos renovar nuestras creencias y
conocimientos frente a la seguridad y la convivencia. Cosas que no se logran
sobre un helicóptero, encerrado en una
oficina, o saliendo a perseguir a un par de delincuentes específicos.
Debemos partir de escuchar al otro con los cinco
sentidos, lo que requiere un trabajo en las calles que genere un conocimiento
específico de las dinámicas de cada comuna, porque aun el mismo delito se
desarrolla de manera diferente en cada barrio. Una mayor intervención social
que forme y sensibilice a la comunidad en las causas y consecuencias de las
diferentes problemáticas, y donde sobre todo recordemos que el compromiso de la
seguridad es de todos.
En estos días, mientras en el corregimiento de Altavista
aparecen cada día nuevas historias que parecen más de una guerra, que de cualquier
otra cosa, la Alcaldía de Medellín propuso una actividad institucional que se
llamó “Yo abrazo a Altavista”, que si bien no resuelve el conflicto, si busca
generar precisamente confianza, y eso me encanta. El problema es que estas
actividades no deberían ser reactivas, sino permanente, de ahí la importancia
de volver a darle una mirada complementaria a la seguridad, y no puede ser de
otra forma que con intervenciones sociales de cara a la seguridad y la
convivencia.
Por eso al ver a este joven, de no más de 19 años,
que por el lugar de los hechos y las dinámicas delincuenciales en cercanías a
ciertos corredores, seguro vive en un barrio no muy lejano al de ese niño que
recuerdo a cada rato en la comuna 2, quien me dijo hace 4 años que a él no era
que le gustara mucho estar en la cívica juvenil de la Policía, pero que si no
estaba allí, se lo llevaban para la esquina.
¿Qué sería de la vida de este chico, si en vez de
aprender de la “escuela de la calle”, hubiera tenido la oportunidad de estar en
espacios donde mientras aprovechara el tiempo libre aprendiera de convivencia,
seguridad, y valores? Y es que las
cívicas juveniles de la Policía son una opción que se puede fortalecer o
complementar, pues trabajan con los menores a través de la música, de otros
tipos de arte y el juego, para fortalecer y promover valores ciudadanos a
partir de la promoción de la seguridad y la convivencia
Si bien no niego la importancia de la operatividad
de nuestras fuerzas armadas para mantener el orden y atacar la delincuencia, los
problemas de seguridad no se solucionan con más cámaras, más policías o más
armas. Combatir la delincuencia es importante, sin duda, pero de la mano debe
haber un trabajo para generar transformación social y una promoción de la
corresponsabilidad.
Mientras no cambiemos formas de entender la
dinámica de la inseguridad, donde la sociedad civil incluso sataniza en redes a
quien ejerce el control social y al mismo tiempo se queja cuando se siente
víctima y no encuentra a quien le pueda acompañar para a ejercer el mismo
control del que en otro momento se quejó, no vamos a ver transformaciones reales.
Alguna vez un buen amigo me gozó un trino en el que
ponía la palabra corresponsabilidad, y me decía que sonaba muy institucional,
que esa no era una palabra de un ciudadano común. Y si, tiene razón, no es una
palabra que usemos mucho, y menos que la apliquemos. Pero sin duda la
corresponsabilidad es clave para todo proceso de transformación social, pero
también es claro que es más fácil encontrar la corresponsabilidad cuando hay
confianza. Con Corresponsabilidad y Confianza, sin duda construimos la
verdadera paz en el campo y en La ciudad.
Por eso invito a las diferentes autoridades, no
solo de Medellín donde sufrí tan incómodo suceso, sino a todos los que de
alguna manera se puedan sentir aludidos por su trabajo institucional con el
tema, a que trabajemos juntos por fortalecer o cambiar las bases en las que
TODOS seamos responsables. Dejemos los egos a un lado y no ignoremos procesos
que en otras administraciones venían aportando. Se vale construir sobre lo
construido, y mejorar lo ya vivido. Y al ciudadano común que hoy me lee,
también lo invito a conocer y vivir la palabra corresponsabilidad, no importa
que no veamos a los otros que ya se nos hayan unido a esta invitación. Por mi parte en este hecho, lista mi denuncia, y la información del hecho a las autoridades, porque si bien no creo que aparezca el celular, lo que me sucedió a mi le sirve a la Policía para tomar acciones, capturar o prevenir .
Eso sí, concluyo mi texto agradeciendo al Gestor de
Seguridad de la Alcaldía de Medellín en la comuna 10, y a la Policía
Metropolitana, porque aunque no quedó grabado le hecho y me pude comunicar
pasado un buen rato, el acompañamiento y reacción me recuerdan que en la
institucionalidad si se puede confiar. Solo nos falta a los ciudadanos,
aportar.
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